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martes, enero 02, 2007

Golpe bajo

O el porqué me tomé la molestia de explicar lo de las maldiciones familiares.

Hace unas horas estaba en casa de mi Tío Leo (lo llamaré así por el signo zodiacal bajo el que nació), que me vio nacer, que me cantó canciones, que seguramente tuvo que cambiarme algún pañal, que estuvo a punto de darme mi primer paseo en moto, que por poco no me sigue jodiendo con los mismos chistes que me contaba hace treinta años, que todavía se preocupa por darme algo de dinero para "mis cosas".
Mi Tío Leo, que fue prácticamente desahuciado por los médicos alópatas a causa del cáncer hace casi año y medio, que hace un año estaba recuperado gracias a la medicina homeópata tras casi cuarenta años de injertos que nunca funcionaban.
Mi Tío Leo, coño, que es mi Tío Leo favorito (porque su hermano es mi Tío Tauro favorito =D), que es el hermano menor de mi madre, que es el hijo más joven de la madre de mi madre (para un futuro post: simbolismo de la genealogía materna o algún nombre parecido). Que es un misterio para mí, porque nunca consigo mirarlo a los ojos el tiempo suficiente para entenderlo, porque no necesito mirarlo a los ojos para intuir su misterio que es un dolor profundo e inconsolable, aunque sonría y calle.

Al final de la tarde nos sentamos en el patio trasero de su casa, "para que nos pegara más fresquito". Allí, entre café y ponche y torta y pan de jamón y uno que otro cigarrito que nos fumábamos lejos de mi madre, nos dio la noche y nos iluminó la Luna.
Mamá, que no puede evitar la fascinación por contar cuentos de aparecidos en la noche, y mejor si es antes de agarrar carretera, nos empezó a contar el último que había escuchado y que debió impresionarla bastante porque tardó mucho tiempo en contarlo.
Yo me burlaba: "así es como empiezan todas las películas de terror", y Tío Leo se reía y aportaba su granito...

Después del cuento nuevo siguieron los cuentos de siempre, los que ya me sé casi de memoria por llevar tanto tiempo escuchándolos. Así que mi mente hizo lo que suele hacer cuando eso sucede: floto fingiendo atención y se perdió en las nubes y las hojas del árbol, en los claroscuros que insinuaban los rasgos de Mamá y de Tío Leo.
Y me sentí feliz.
Así, sin riqueza, con lo justo imprescindible para ir estirando la vida, con los sueños que no fueron y que no serán, con el dolor que no se puede mitigar y las distancias que no se pueden salvar.
Solo me sentí feliz. Porque estaba con gente que me ama, gente que amo. Porque pude dar algo, porque realmente pude permitirme hacer algo para arrancar de Tío Leo una sonrisa de niño complacido, porque cada día las diferencias con Mamá se borran más o se notan menos.
Me sentí feliz. Porque en medio de toda la conversación "superficial" pude sentir "lo importante".
E hice lo que pude por entender lo que percibía, para poder ponerlo en palabras.

Y así, sin darnos cuenta, entre la conversación de cualquier cosa y el compartir puntos de vista y colar el café o picar la torta y el pan de jamón, la parte más externa de "lo importante" fue colándose sin que nos percatáramos conscientemente.
Qué curioso que una palabra juguetona dicha por la esposa de Tío Leo fuese el detonante del proceso de "darse cuenta".

En la carretera, se lo comento a Mamá. Tío Leo ha perdido el color. Tiene manifestaciones claras de recaída. Las palabras sueltas empiezan a encajar.
Y me da rabia. Me duele el solo imaginar el dolor físico y emocional de Tío Leo. Me duele darme cuenta que no puedo decirle absolutamente nada, porque yo soy igual y he estado teniendo la misma actitud.

Cómo puedo regañarlo por no estar tomando sus medicamentos, por no estar cuidando su vida y su cuerpo.
Cómo puedo decirle algo yo, quien padece su cuerpo como una cárcel, a pesar de que es aceptablemente funcional.
Cómo puedo decirle algo yo, cuya única meta real de vida es recibir con los brazos abiertos a la muerte.

Y claro que me deprime entender el ser inútil que soy. Claro que me arrecha notar que hay una "maldición familiar" atándonos las manos y que me tengo que callar porque no conozco la manera de soltarnos.

Pero, a estás alturas del partido, lo más seguro es que mañana salga el sol y tenga todavía un nuevo día por delante.
Y aunque espero morirme porque no tengo ninguna intención de permanecer en este cuerpo ni en este mundo por la eternidad, quiero morir libre.

Así que jodete bruja-tradición, porque mientras viva me seguiré levantando para enfrentarte.
Y puedes reírte de mí todo lo que quieras, ambas conocemos lo suficiente mis debilidades.
Pero te daré mi otra mejilla y sabrás que si retrocedo, será para tener una mejor perspectiva y que si me llego a rendir, solo será para recobrar el aliento.
No soy como el roble, pero seré como el junco.
Y te voy a pelear hasta el último segundo.

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